ISTORIOAK
Había una vez un niño llamado Ángel que tenía un
amigo que se llamaba Steve. Steve era huérfano y vivía con sus tíos, que no
tenían hijos.
Los dos eran muy amigos, se habían conocido en la
guardería y desde entonces tenían amistad. Ángel tenía una familia numerosa,
cuatro hermanos: Joaquín, Jorge, Juanjo y Jesús. Sus padres les habían puesto
nombres que empezaban por jota, porque decían que jopee, jopee, jopee, la
guerra que daban.
Steve envidiaba tener una familia así, porque le
hubiera gustado tener al menos un hermano, y,
como no le quedaba más remedio, se conformaba con pasar largos ratos en
casa de Ángel.
Ángel y Steve no eran unos niños dados a los
estudios, no, solían sacar malas notas y siempre estaban metidos en algún lío.
Una vez se metieron en uno del que no sabían cómo
salir, y entonces Ángel recordaba las palabras de su madre: - “Recuerda, Ángel,
que es más fácil entrar que salir” y el entendía muy bien qué quería decir con
eso, ya que le habían pasado tantas cosas…
Hacia unos días que había llegado un barco al puerto
del pueblo, y se subieron para cotillear qué había allí. Encima de una mesa
vieron unas chocolatinas y fueron a cogerlas, pero de repente oyeron una voz
que les gritaba: -¿Quién anda ahí? Echaron a correr y se escondieron, pero
sentían los pasos de alguien que les estaba buscando mientras decía: - Cuando
os pille os colgaré del palo mayor….
Ángel tiró una piedra a un lado, para despistar, y,
mientras, salieron corriendo por el lado opuesto y se lanzaron al agua.
Pasaron algunos días, ya tenían medio olvidado aquel
mal rato, cuando, de repente, vieron a
la persona que les seguía, el capitán, pasearse por las calles del pueblo.
Pensaron que les estaba buscando y muertos de miedo se escondieron.
Otro día que estaban jugando al balón, alguien chutó tan fuerte que Steve tuvo que
cruzar la calle para cogerlo, y al levantarse se vio cara a cara con el capitán
de aquel barco. Salió corriendo, y el capitán detrás; Ángel, que lo había visto
todo, iba corriendo por delante, hasta que llegaron a su escondite.
Al de un minuto sonó la sirena del barco, y el
capitán salió corriendo a ver qué pasaba, diciendo mientras corría: “ Ya os
pillaré”.
Mikel
Garcia Delgado . 5. B
Aquel día habíamos quedado sobre las siete menos
cuarto de la tarde, e Iñigo, uno de mis amigos, se quedó a comer en mi casa.
Quedamos todos en el ferial, para desde allí ir todos
juntos hasta el puente romano. Por fin
nos encontrábamos todos: Javier, Asier, Beñat, Andrew, Erlantz y yo, Oscar.
Íbamos en bici, y de camino al puente romano no parábamos de reir; si uno
contaba un chiste gracioso, el otro intentaba que el suyo lo fuera aún más.
Alguien exclamó: - “Puente romano”. Hemos
llegado.- Y allí estuvimos hablando
sobre los pueblos más cercanos, y el más
próximo era Villarias.
En ese momento dije: - ¡Vamos a Villarias! Y todos
contestaron a la vez: - si, si, si…Por el camino no pudimos resistirnos a mirar
el paisaje, había muchas cosechas de invierno, era Semana Santa, y el trigo y
la cebada parecía que nos saludaban al pasar, mecidas por el viento.
Pero no todo eran cosechas, en la orilla de los
campos sembrados, cerca del arcén, veíamos grandes zonas embarradas, si, era
barro, mucho barro…¡Qué chusco! Eh?. En el barro metí la pata, qué gracia
¿no?...¡Pues no!
Antes de llegar al pueblo nos llamó la atención una
pequeña elevación del terreno, un montecito, y decidimos escalarlo, no pudimos
vencer la tentación y subimos hasta lo más alto; desde arriba veíamos el pueblo
de Villarias, pequeñito, como uno de esos pueblos metidos en las bolas de
cristal, que al darles la vuelta se cubren de nieve, estaba precioso.
De repente, Erlantz nos hizo mirar hacia donde el sol
comenzaba ya a ocultarse, estaba anocheciendo, y el resplandor rojizo que
cubría el cielo marcaba la hora de regresar a casa. Se nos había hecho tarde,
nuestros padres estarían preocupados, y
señal de ello era que en ese momento comenzaron a sonar varios móviles. Cogimos
las bicis y pedaleamos sin parar hasta llegar al ferial desde donde habíamos
partido, y desde allí cada uno a su casa, con la sensación de haber vivido una
bonita aventura.
La faena era que al día siguiente tenía que volver a
Bilbao, y me dió mucha pena. A la mañana siguiente teníamos que preparar las
bolsas, la ropa, la comida, bueno un
lío. Por fin, con todo hecho, salimos del pueblo, y fuimos a repostar de camino
a Bilbao. Desde la ventanilla del coche veía un paisaje bonito de admirar; allí
estaban los tractores y las cosechadoras trabajando en los campos de cebada.
También veía como el aire se enturbiaba con el polvo que levantaban aquellas máquinas.
Con lágrimas en los ojos recordaba los buenos
momentos que había pasado con mis amigos; como aquella vez que fuimos a la casa
abandonada y Andrew se quedó encerrado
en una de las habitaciones sin poder salir y gracias a nuestra pericia lo
logró, o aquella otra en que intentamos ligar con unas chicas y hasta nos
dieron su número de teléfono…¡Qué recuerdos pasaban por mi mente! Estos
momentos pasados con mis amigos no podré olvidarlos nunca.
Oscar
Jaiv Ramírez Alonso. 5.B
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